lunes, 21 de mayo de 2012

La contaminación del agua

Parece que no viene al caso hablar del agua que se nos está escapando de las manos, porque por el momento urge hablar de escapes de gas o de fuga de capitales o de partidas de dinero. Quizá sea de aguafiestas, ahora que la actualidad habla jocosamente de quién se la puso a quién, decir que se han olvidado de poner cloacas en muchos distritos del conurbano bonaerense y que más del 70% de sus habitantes no tiene agua potable. Sonará a ir contra la corriente hablar ahora de la desesperante falta de agua que se está padeciendo en el Impenetrable chaqueño, cuando la actualidad del mundo habla del exceso de agua que provocó inundaciones en Nueva Orleáns. Podrá considerarse poco sólida –justo en estos días en que las Cataratas del Iguazú tienen el doble de su caudal y proporcionan a los afortunados turistas un espectáculo único e inolvidable– la importancia de recordar que alrededor de 80 millones de latinoamericanos no tienen agua potable. Acaso parezca que hace agua la necesidad de pensar en que, en 2025, la demanda de agua potable será el 56% más que el suministro, por lo que muchos especialistas vaticinan que las próximas guerras serán por el agua, a cambio de maravillarse con la fascinante noticia de que, para 2018, el hombre podrá instalarse en la Luna gracias a la NASA. Parece que no viene al caso hablar sobre el agua; sobre los baldazos de agua fría que recibimos cotidianamente, que lejos de despabilarnos nos dejan congelados en lo anecdótico y se nos nubla lo esencial; sobre que ya no nos bañamos dos veces en el mismo río, porque minuto a minuto los ríos se están contaminando y dejan de ser lo que eran (agua, vida) para convertirse en focos de contaminación; que los lagos que pertenecen a todas las personas pueden venderse a personas particulares, y que el agua ha dejado de ser algo natural, para convertirse en un privilegio. Pero la gota que rebalsó el vaso y vuelve urgente la reflexión sobre el agua es la instalación de las dos plantas de papel en las márgenes del río Uruguay (las industrias papeleras sin control son las principales fuentes de compuestos organoclorados en los cursos de agua, que provocan en los seres humanos trastornos de los sistemas inmunológico, nervioso y reproductor), instalación que difícilmente se logre detener, salvo que todos los ciudadanos decidamos nadar para el mismo lado y no dejemos ahogar la protesta. Son bienvenidos el desarrollo y los puestos de trabajo, pero tienen que venir acompañados de seguridad ecológica. Ya hemos regalado al olvido el saneamiento del Riachuelo (el río más contaminado del mundo, probablemente), nos hemos limitado a hacer chistes sobre la estafa cometida con el dinero para sanearlo y nos hemos desentendido de ese foco infeccioso: la única acción que llevamos a cabo es la de taparnos la nariz cada vez que pasamos cerca de él. Y sí viene al caso decir que sería un mal trago para nuestros hijos que ellos tuvieran que hacer lo mismo cada vez que pasen por el río Uruguay.

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